Trabajar cuesta dinero, directa o indirectamente. Al margen del balance comparativo entre los beneficios de la producción y el coste de estar produciendo, este último factor supone un derroche en aquellos países donde las jornadas laborales exceden las duraciones óptimas. Concentrar las horas de trabajo no sólo implica mayor productividad -estaremos de acuerdo en que nuestra concentración no es eterna-, sino que acarrea un gran ahorro energético y su consecuente reducción de emisiones. Pasar el día en el puesto de trabajo, en fin, parece que no es un lujo que no podamos permitirnos en tiempos de crisis. ¿Qué opináis?
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